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En mi tierra

  • Foto del escritor: Solimar Cedeño
    Solimar Cedeño
  • 20 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 7 días

costas venezolanas

Vivo en la tierra de paisajes imponentes, los que te enamoran y embelesan, los que te invitan a regresar porque así los veas mil veces quedas atrapado por su belleza en una clase de hipnosis que te saca suspiros y te hace decir “Qué bendita esta tierra”. Una tierra que te hace amarla hasta el tuétano aunque a veces ese amor duela.


En mi tierra se encuentran mis lugares favoritos, esos imposibles de jerarquizar en una lista para que un rincón no sienta celos del otro. Mi consentido es el Ávila, al que subo cuando quiero respirar paz, ejercitarme o simplemente disfrutar el honor de poder tenerlo tan cerca y sentirlo mío, como muchos caraqueños.


Nueva Esparta tiene un encanto divino entre sus playas y fortines que guardan historias. Es la casa de mi Vallita, la Virgencita. En su honor me nombraron mis padres y a ella pido mi bendición y la de mis seres queridos al salir de casa, me aferro con fe ante cualquier adversidad y le agradezco cada día de mi vida.


En mi tierra corre un río de caños majestuosos que besan al mar. Hablo del basto Orinoco que me dejó sin palabras cuando navegué por las aguas de su Delta. Allí conocí otra cara del país, una cara tostada por el Sol, la de sus waraos. Personas humildes y tímidas ante lo distinto, apegadas a sus raíces y costumbres, que tienen una de las mejores vistas del mundo al asomarse por las ventanas de sus palafitos.


Zarpar hacia los cayos del Parque Nacional Morrocoy también es un deleite para mí. Me emociona admirar el agua azulita desde los botes que hacen paradas en cada uno de esos pequeños paraísos. Sombrero, Paiclá, Sal, Los Juanes o Boca Seca, da igual a dónde vayas, todos  te atrapan y parecen decirte “no te vayas”. Sí, Morrocoy también es mi lugar favorito.


Un lugar que no puede faltar en mi lista es Mérida, que me enamoró desde que lo vi aquella única vez. Donde el impresionante cóndor lucha por no extinguirse y los frailejones tiñen el suelo de verde y amarillo. Por sus páramos, su gente amable y el frío, siempre ha sido el primer destino en el que pienso para vivir mi vejez.


En mi tierra respirar mientras miras al horizonte es algo mágico. El aire toca cada fibra de tu piel y hace que te sientas como el ser más afortunado del Universo. Entonces me pregunto, ¿cómo puede esta tierra bendita ser víctima de tanto odio, mala gestión de sus gobernantes y maltrato de muchos de sus habitantes? ¿Por qué no todos la honramos como lo merece?


La Tierra de Gracia, como dijo Colón un día. Mi querencia, como dijo “Tío Simón”. Esa amada y respetada por muchos, maltratada por otros y despreciada por algunos que se atreven a decir que este es “un país de mierda”, cuando la mierda son todos aquellos que lo dañan y no lo valoran. Tierra de llanos, montañas, playas y ríos entrañables. Barinas, Caracas, Trujillo, Sucre…


Así podría pasar toda la vida: hablando de paraísos dentro de este gran paraíso que algunas personas quieren volver infierno. Y es que Venezuela no tiene la culpa de tanto desastre, división, violencia y odio entre sus habitantes. Ella siempre te da la cara más bonita que tiene, la única que tiene, aunque a veces la abofeteen descaradamente.

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